Calles de la memoria (2012) introduce al espectador en una temática delicada como es la desaparición de personas a manos del terrorismo de estado, a través de un documental que da a conocer el trabajo de un grupo de vecinos porteños que lucha día a día por que ciertas vivencias no queden sumergidas en el olvido. En esta ocasión, las coloridas baldosas que recuerdan a los desparecidos en distintos puntos de la ciudad de Buenos Aires nos posibilitan y, principalmente, invitan a retrotraernos a las experiencias pasadas de nuestra más oscura historia para que el desconocimiento no se sume al dolor.
El documental dirigido por Carmen Guarini se proyectará del 4 al 14 de julio, en dos funciones diarias en la sala Lugones del Teatro San Martín, junto a una retrospectiva de su obra, y también el museo Malba abre sus puertas para que los interesados puedan acercarse durante los sábados del mes de julio.
La directora argentina y también creadora de la productora Cine Ojo dialogó en exclusiva con EscribiendoCine y nos contó más acerca de la realización de Calles de la memoria y el presente que transita el cine nacional.
¿Cómo surge la idea de realizar un proyecto en el que se incluye a varias personas del extranjero como participantes activos?
Eso fue un poco azaroso. Ya había comenzado a pensar en la idea de hacer algo con el tema de las baldosas ya que las veía todos los días y cada vez me cruzaba con más y más. Entonces surgió la idea de dar un taller en el que les propuse trabajar la temática de la memoria, a través de las baldosas. En ese momento me pareció interesante porque eran jóvenes y no conocían nada o muy poco sobre el tema, con la excepción de una chica chilena que conocía un poco más sobre el tema. Me gustó ver que en ellos había ganas de descubrir. Con ciertas consignas que les dábamos junto con Christoph Behl, el director con quien dicté el curso, fueron proponiendo distintas cosas, como puestas de cámara o diferentes puntos de vista y entrevistaron a distintos protagonistas de estas baldosas.
¿Qué es lo que te atrae del género documental a la hora de contar una historia con imágenes?
Siempre digo que yo intento hacer cine. El documental en particular creo que tiene una alta dosis de ficción, en el sentido de que considero que manipulo bastante el producto, no para alterar la realidad sino para mostrarla justamente, para decir cosas que otro tipo de registros no dicen. En este punto, hay una construcción que es muy similar con lo ficticio. Los personajes reales los trabajo como si fueran de ficción, lo que se realiza se filma como si fuera una puesta en escena, pero que aparece en la realidad que yo deconstruyo para después volverla a construir. Entonces, como te digo, hay puntos en los que el documental es parecido a la ficción. Obviamente, no trabajo con actores o con equipos grandes, y no sé si sabría hacerlo. Por un lado, me desbordaría el hecho de trabajar con un equipo enorme y, principalmente, los tiempos de la ficción son los que no me atraen a ella. El documental es mucho más libre porque no está anclado a ninguna estructura de género.
En un momento del documental, ponés sobre la mesa la pregunta para qué seguir filmando estas expresiones del pasado. ¿Creés que recordar constituye necesariamente un aprendizaje?
Pienso que sí. Buscar el olvido es retroceder, contrariamente a lo que muchos dicen, que hay que olvidar para mirar adelante. Ése es un concepto antagónico en su misma formulación.
Recordar es una construcción que nos permite marcar caminos, crecer y madurar, sobre todo como sociedad. Recordar es asumir cuestiones que no lo estaban, es observar críticamente, y en ese sentido, creo que siempre es mejor no olvidar. En un pasaje del documental hay una persona que dice “la memoria es dolor”. Y bueno, la vida misma es dolor. O sea, ¿quién dijo que no hay que tener dolor?
Hay personas a las que les resulta tedioso o, quizás, poco productivo recaer sobre el pasado. ¿Por qué creés que sucede eso?
Muchas veces se trata de discursos y posiciones políticas frente al pasado, y otra vez es ignorancia. Así como en determinadas oportunidades uno no quiere ver su propio pasado, el individual, tampoco quiere mirar el de la historia. Creo que la parte de la sociedad que no quiere mirar el pasado es cada vez menor. Por lo menos tienen que reconocer que el terrorismo de estado es algo que ocurrió, que la dictadura cívico-militar es algo que tuvo lugar en nuestro país, que hay desaparecidos, bebés robados, que gran parte de la sociedad civil, junto con la Iglesia y los sindicatos acompañaron ese proceso, con distintos niveles de responsabilidad, pero lo hicieron. Nunca hay que permitir la violencia y, sobre todo, la construida desde el estado. El ocultamiento de los cuerpos, por ejemplo, es una cosa aberrante porque implica un muy alto grado de cobardía, debido a que no tuvieron ni siquiera la valentía de hacer fusilamientos, cuando en realidad les correspondía el juicio, si eran culpables.
¿Qué lugar considerás que ocupa el género documental dentro de la cinematografía nacional? ¿Está donde merece estar?
Sí y no. Desde hace cinco o seis años, con el apoyo del INCAA y a través de la lucha de varias organizaciones de documentalistas, hemos conseguido un avance sumamente importante en la producción de documentales en el país. Tiene que ver con que los realizadores han ido creciendo, no sólo en número sino también en cuanto a la calidad de sus propuestas. A nivel políticas, hay un descuido en cuanto a qué lugar darle en el momento de la difusión. Falta un apoyo a la hora de difundir el cine nacional en general. En ese sentido, el Instituto de Cine tendría que ser más un poco más enérgico en cuanto a hacer cumplir las cuotas de pantalla y trabajar por que se abran cada vez más espacios por el cine nacional, inclusive en la televisión. Los dos únicos canales que tenemos son Encuentro e INCAA TV, que son muy buenos pero insuficientes frente a las más de cien películas que se producen por año.
¿Te gustaría que Calles de la memoria llegara a las salas de cine más comerciales?
Sí, por supuesto. Las películas no las hago para los convencidos ni para la militancia. Justamente por eso, me preocupo por la forma, por trabajar la sensibilidad del espectador. Me parece que estas películas tienen que llegar al espectador común, al que va a haber cine espectáculo, como también yo voy a esas salas para divertirme y ver películas en 3D. El tema es que hay un apoyo enorme de parte de las multinacionales para imponer un cine que tiene una ideología y formato determinado. Bueno, nosotros tendríamos que hacer lo mismo con nuestro cine, tratar de imponerlo a través, también, de un marketing propio. Es inexacto hacer una comparación entre ambos cines, como cuando se realizan los rankings de las películas más vistas, en los que intentan incluir las nacionales que están completamente desfavorecidas en relación a las películas extranjeras, no sólo por el marketing sino por el dinero que se invierte en su producción. Hay películas de Hollywood que cuestan doscientos millones de dólares y acá tenemos algunas de tres millones de pesos. Obviamente que uno puede comparar los lenguajes y las historias, pero hasta ahí.
Link a la nota original publicada en EscribiendoCine http://bit.ly/1cWYKRK
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